Nuestra Señora de Arabia, 18 de enero de 2014
Sof. 3, 14-17; Is 12; Gal 4, 4-7; Lc 1, 39-56
Hermanos, el domingo pasado, hemos escuchado la voz del Padre, el cántico de Dios que nos llama “hijos suyos, muy amados”, un cántico que nos recuerda nuestra identidad y nos da la fuerza para vivir y caminar como cristianos y como Iglesia.
A menudo, en las familias, el padre habla poco y quien habla más, quien se queda más con los niños es la madre. María, nuestra Madre, es quien nos canta la canción de Dios en el día a día, entre los mil quehaceres diarios. Hoy la recordamos y la celebramos como Nuestra Señora de Arabia.
Hace tres años, en el mes de enero de 2011, el Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, celebraba solemnemente la S. Misa y proclamaba a Nuestra Señora de Arabia como Patrona de todos los fieles en el Golfo, Patrona de Arabia.
La devoción a Nuestra Señora de Arabia empezó muchos años atrás, en 1948, con la llegada de los primeros fieles que vinieron a trabajar aquí en Kuwait. Y donde están los hijos allí también está la Madre. Después de ser bendecida por el Papa Pío XII en diciembre de 1949, la estatua de Nuestra Señora salió camino hacia Kuwait, donde la esperaban los fieles que la llevaron en hombros a Ahmadi. Desde allí, María vigila y cuida a sus hijos, siempre escuchando, siempre atenta a sus necesidades.
Cuántas oraciones se le rezaron, cuántas penas se le encomendaron, cuántas alegrías y dolores! Pues ¿quién puede entender a sus hijos verdaderamente, con total cariño y aceptación sino la madre? ¿Quién tiene la voz más suave, sino la madre, aquella voz que tranquiliza y levanta?
A 65 años de distancia, también nosotros, que principalmente llegamos aquí por razones de trabajo nos encomendamos a ella y nos ponemos bajo su protección. A ella le encomendamos nuestras vidas, nuestras familias lejanas, nuestros hijos, seguros de ser escuchados, seguros de encontrar aliento.
Donde llega María allí llega también Jesús. María lleva a Jesús, fuente de alegría y de esperanza. El Evangelio nos recuerda que María se puso en camino y fue aprisa a la montaña a visitar a su prima Isabel que la necesitaba. María se puso también en camino para llegar hasta aquí, en Arabia, a sus hijos que la necesitaban. María se pone siempre en camino, allí donde la necesitan, para traer la luz de Jesús.
La Oración Colecta de esta Fiesta nos recuerda la misión de proclamar con valentía el amor de Dios a todos los hombres para que la humanidad encuentre a Dios Padre, alegría de la vida nueva.
¿Es el encuentro con Dios Padre, con Cristo, alegría de la vida nueva para mí? ¿Y si no es así, qué es lo que me falta? ¿Soy un portador de la alegría de ser hijo de Dios, soy un testigo de la gracia de tener a Dios como mi Padre, de tener a María a mi lado?
Hoy en día somos expertos en mil cosas, somos conocedores de las situaciones de cualquier rincón del mundo, manejamos carros potentes, y algunos… aviones. Nos comunicamos con nuestros amigos y familiares en todo el mundo por internet en tiempo real, pero… ¿estamos conscientes de lo esencial? ¿estamos conscientes de ser hijos de Dios?
La presencia de María en nuestras casas, en nuestras vidas nos recuerda las palabras más importantes del Padre: “Tú eres mi hijo muy amado”. Aquí está la Madre, cantando la canción a sus hijos, a nosotros, tan distraídos por las voces del mundo y de nuestro ego, que ya no reaccionamos a la voz de Dios. Pero entre las mil voces que nos llegan, siempre somos capaces de reconocer el cántico de la madre.
Sí, María nos recuerda la voz de Dios, nos trae a su Hijo, nos enseña a vivir en fidelidad a Dios, en el silencio de las casas tal vez vacías, o de corazones lejanos, entre las mil dificultades diarias. Nos enseña a guardar las cosas en el corazón aunque no las entendamos en el momento, y sobre todo, nos enseña a jamás perder la esperanza. Al mismo tiempo, María nos invita a contactar a nuestros hermanos, para llevar a Jesús, que es la verdadera alegría de las familias y de cada corazón humano.
Dios y Padre nuestro, que quieres que todos los hombres se salven y conozcan a tu Hijo Jesucristo: Haz que, por intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora de Arabia, tu Iglesia en el Golfo y en el mundo entero pueda proclamar con valentía tu amor a todos los hombres, para que la humanidad encuentre en Ti, Creador y Padre de toda criatura, la alegría de la vida nueva.
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Como el Evangelio nos recuerda, María está siempre de camino, allí donde la necesiten. Hoy, en esta Solemnidad, nosotros estamos invitados a ponernos en camino hacia ella, para agradecerle, para encontrarla con su Hijo y llenarnos de consolación y alegría. Y de
allí llevar la alegría del encuentro a nuestras casas, a nuestro trabajo, a nuestra cotidianidad. María, Nuestra Señora de Arabia, ruega por nosotros.