Solemnidad de la Inmaculada

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María,

Kuwait City, 7 de Diciembre de 2013

Gen 3,9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38

Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas (Salmo 97)

En un mundo sumergido en la corrupción, desde el nivel más alto al más bajo,  desde los países más pobres a los más ricos, nos embarga un sentimiento de desesperanza, de resignación. Caen gobiernos, caen ministros, caen cabezas de gente común y corriente. Y los que siguen sus quehaceres en este sistema corrupto, continúan, a menudo, la misma historia. Además nosotros mismos experimentamos el mal, en nuestras propias fragilidades, fracasos y pecados.

“El hombre es así, el hombre va a continuar así”, escuchamos. “Mas vale adaptarse y conformarse”, parecen resonar los coros dominantes.

Pero no. No, hermanos, no nos podemos adaptar, no nos podemos resignar a nuestra caducidad, como tampoco frente al mal y a la corrupción del mundo. Dios nos eligió para ser santos e irreprochables, nos destinó mirar al cielo y volar alto. El mal no tiene la última palabra. Nuestro destino es el paraíso. Nuestra mirada, amplia y a las alturas de las águilas. Así que aprendamos a caminar, aprendamos a volar.

La Solemnidad que hoy celebramos aporta una gran luz y un rayo de esperanza a nuestro caminar. Contemplamos un pedazo de tierra firme, un corazón humano no tocado por el mal. Un corazón dispuesto y abierto a escuchar la Palabra de Dios, un corazón fiel, lleno de confianza en Dios, aun en medio de las pruebas y de las tinieblas.

Al contemplar a la Inmaculada, nos llenamos hoy de esperanza y de fuerzas nuevas. Sí, Dios es fiel a sus promesas; Sí, Dios realiza su salvación y nos enseña el camino de la vida.

Estamos invitados a mirar a aquella joven de Nazaret que desde su concepción ha alcanzado la armonía perfecta con Dios, la armonía que Dios ha soñado desde la primera mañana del mundo.

Hoy se nos enciende una luz sobre la condición del hombre y su relación con Dios: una relación quebrada por la falta de armonía, quebrantada por la mentira. La primera lectura nos revela con imágenes simbólicas cuál es la raíz del mal, de la corrupción, del pecado. Es la mentira sobre Dios, sobre el rostro de Dios, sobre sus intenciones.

“La serpiente suscita la sospecha de que la alianza con Dios es como una cadena que ata, que priva de la libertad y de las cosas más bellas y preciosas de la vida. La tentación se convierte en la de construirse solos el mundo donde se vive, de no aceptar los límites de ser criaturas, los límites del bien y del mal, de la moralidad; la dependencia del amor creador de Dios se ve como un peso del que hay que liberarse. Pero cuando se desvirtúa la relación con Dios, con una mentira, poniéndose en su lugar, todas las demás relaciones se ven alteradas”.

Se altera la relación con Dios, se altera la relación con los hermanos: “el mundo ya no es el jardín donde se vive en armonía, sino un lugar que se ha de explotar y en el cual se encubren insidias (cf. 3, 14-19); la envidia y el odio hacia el otro entran en el corazón del hombre. (Benedicto XVI, Catequesis, 6 de febrero de 2013)

Dónde estás? Dónde está tu hermano? Estas preguntas, propias también del tiempo del Adviento que estamos viviendo, nos quieren despertar.

Donde estas tú? Dónde te perdiste? Qué has hecho de tu vida? A qué te has reducido actuando sólo con tu criterio? Por qué te escondes de Dios?

“He tenido miedo”, es la respuesta del hombre, es mi respuesta. “Me he escondido”. Huimos de Dios que ya no es más un amigo, un Padre, sino un adversario a evitar. Un tirano, que amenaza nuestra independencia y nos quita la libertad.

Nos escondemos de Dios cuando abandonamos la oración, cuando nos desinteresamos en escuchar la Palabra, cuando nos alejamos de la vida en comunidad de la Iglesia para no ser cuestionados, para no ser obstaculizados en nuestras elecciones; con mil y una motivaciones, con razón o sin ella, …nos alejamos.

El hombre huye de Dios porque tiene una falsa imagen suya.  Pero Dios viene a encontrarme, viene a encontrarte no para robarte algo sino para darte, para restablecer la alianza destruida por las mentiras de la serpiente y por las mentiras de todos aquellos que predican un futuro de muerte. Dios quiere restablecer la armonía con el hombre, revelarle su verdadero rostro, enseñarle a volar.

Miremos a María, mujer de la armonía. Armonía con Dios y por lo tanto con los hermanos. María, una mujer como nosotros, de entre nosotros, que no obstante sus dudas, se abre con disponibilidad y confianza a la acción de la Palabra. Que se fía de Dios y se deja guiar por su Palabra. La Palabra de un Dios fiel y amoroso, del Dios de la vida.

Pero, acaso la fiesta de hoy es solamente una invitación a contemplar la Virgen de la Inmaculada Concepción, para alegrarnos por las maravillas obradas en ella, o es que Dios nos quiere involucrar en su luminosa historia?

San Pablo en la Carta a los Efesios nos recuerda nuestro destino y nuestra misión: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo… El nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables/inmaculados a sus ojos” (Ef 1, 3-4). Ésta es nuestra vocación. También en nosotros el mal está destinado a sufrir la derrota que se registró de forma total en Maria.

Hermanos, la noche oscura del mal es aún fuerte. Por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: “Rorate caeli desuper“. Y oramos con insistencia: Ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven a donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, fortalece el bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, agentes de paz, testigos de la verdad. ¡Ven, Señor Jesús! (Benedicto XVI, Catequesis, 3 de diciembre de 2008).

Ayúdanos a mirar a Maria y aprender el camino de la fidelidad a Dios, el camino de la confianza, el camino de la armonía con Dios y con los hermanos. Animados por tu Espíritu, ayudanos a cantar el canto nuevo con toda nuestra vida. Amen.

 

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