Tercer Domingo de Adviento – A
Kuwait City, 14.12.2013
Is 35, 1-6.10; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11
“Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”
Jesús viene. Viene a un mundo distraído por mil cosas, importantes o triviales, significantes e insignificantes. Viene a un un mundo lleno de ilusiones, a un mundo en el que muchos no lo esperan más. Jesús viene. A corazones llenos de expectativas, de ilusiones, de presunciones, y viene también a otros corazones llenos de desesperanzas. Jesús llega con la esperanza de encontrar un rincón, un pedacito libre.
Viene de una forma que nos sorprende, de una forma que no esperamos.
“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
¿A quién esperamos? Juan el gran Profeta, nos ayuda otra vez; se hace intérprete de las dudas de cada corazón humano, de cada corazón a la espera. ¿Eres tú?
¿Es justo mi camino, no me estoy equivocando?
La vida es camino, un camino lleno de incógnitas, un camino hacia al encuentro con aquél al que hay que aprender a reconocer, a discernir su presencia día tras día.
El Bautista quiere prepararnos al encuentro, quiere prepararnos a acoger al que viene. Juan el Bautista es modelo del que espera. Un modelo para el que espera: espera con sus dudas, con sus preguntas. No tiene la verdad en el bolsillo.
El hombre que no espera nada más ya está muerto, porque el hombre es apertura, es espera. El hombre se interroga, y es por eso que puede crecer, puede encontrar.
Déjate interrogar! No tengas miedo! ¿Qué significa convertirse? Prueba a preguntarte. Esperas: ¿qué es lo que esperas?
El Bautista mismo se pregunta y repregunta, está confundido: porque se esperaba a otro Mesías. Ya lo había reconocido e indicado en el Jordán, al inicio de su ministerio. Pero ahora, después de haber visto la actividad de Jesús, se da cuenta que no es éste el Mesías que se esperaba. No lo imaginaba así: un Jesús que perdona, que anuncia misericordia; su juicio es la misericordia y no la venganza.
A nosotros también se nos revela Dios. Si, hermano, hermana, a ti Dios se revela también; Dios, que es misterio, que hay que descubrir: elevando la mirada, haciendo silencio, liberándote de los pecados, caminando, preguntándote. Preguntarse es cuestionarse sobre las ideas que tenemos de Dios. Es abrirnos a su realidad, a su misterio, que descubrimos poco a poco en el camino. No podemos cambiar nuestras ideas sobre Dios con Dios, proyectar nuestros deseos, nuestra imaginación. Dios es siempre diferente a como lo imaginábamos. Su misterio es la debilidad del Hijo, es el signo del niño. La transformación que opera en nosotros es lenta y necesita tiempo, paciencia (II Lectura), pero se actúa día a día.
Jesús respondió: “vayan a contar lo que están viendo y oyendo”.
Los ciegos recuperan la vista: es el sentido de todos los milagros, el venir a luz, la iluminación. Nuestro problema es que no vemos la realidad: somos hijos y tenemos hermanos. Si entendemos esto es como recuperar la vista. Y cuando ves, puedes caminar.
Los cojos andan. Toda la vida es un camino hacia el encuentro, es un camino hacia la casa. Ahora que has visto la casa – el amor del Padre y de los hermanos- camina en esta dirección, superando los obstáculos, los miedos, los limites y así curas tu parálisis, tu lepra (Recordamos los leprosos que quedaron sanados en el camino, fiándose de la Palabra de Jesús, Lc 17, 11-19, Domingo 28 -C).
La lepra es signo de la muerte visible en el cuerpo. Ya verás que tu vida sanará, porque sabes quién eres, cuál es el camino, y andas en aquella dirección.
Los sordos oyen: por fin mi vida ya no es sorda. Escucho y sé bien cuál es la Palabra que da sentido a mi existencia. Es la Palabra de Jesús. Y esta Palabra me da la fuerza para pasar de la muerte a la vida.
Los muertos resucitan. Esta Palabra me hace hijo de Dios, me hace hombre nuevo. Y ésta es la buena noticia, éste es el mensaje extraordinario que nos llega. Anunciadlo a todos los pobres, a todas las situaciones de pobreza, de necesidad, de espera. Id hacia las periferias, como nos invita siempre Papa Francisco, hacia los marginados de todo tipo. Id y anunciad la buena noticia.
Dichoso el que no se escandaliza, el que no se siente defraudado.
A quién espero? Cómo es Jesús al que espero? Eres tú u otro?
Depende de mí. Acepto que Dios viene así, compartiendo mi fragilidad, mi debilidad, hasta el límite, hasta la cruz?
Dios viene así. Lo acojo o lo rechazo? Estoy dispuesto a dejarme interrogar, a salir de mis seguridades, a dejar mi comodidad y salir hacia el encuentro, a salir hacia los demás?
“Dichoso aquél que no se sienta defraudado por mí”