Bautismo del Señor, Kuwait City – 11 de Enero de 2013
Is. 42, 1-4.6-7; Sal 28; Hch. 10, 34-48; Mt. 3, 13-17
En algunas tribus de África cuando una mujer está embarazada va al bosque con sus amigas y allí oran y meditan hasta que pueden oír la canción del niño concebido. Saben que cada alma tiene sus propias vibraciones que expresan su finalidad y su destino. Cuando las mujeres han aprendido la canción la cantan a coro y regresan a la tribu para enseñársela a todos.
Cuando el niño nace, la comunidad reunida, le canta al niño su canción y cuando el niño empieza su educación y cuando entra en la adolescencia y cuando se casa le cantan también su canción. Finalmente, cuando el alma está a punto de salir de este mundo, familia y amigos reunidos en torno a su cama le cantan por última vez su canción.
Y si a lo largo de su vida la persona ha cometido un crimen o una acción antisocial, el individuo es llamado al centro del pueblo y formando un gran círculo a su alrededor le cantan su canción.
La corrección no es castigo, es amor y recuerdo de la propia identidad. La canción le recuerda quién es. Y cuando uno reconoce su canción ya no vuelve a hacer daño a nadie. Para encontrar el camino de vuelta a casa basta cantar la canción que te han cantado desde que fuiste concebido.
El día del bautismo es el día de nuestra concepción. El día en que Dios nuestro Padre nos cantó su canción: Tú eres mi hijo, el amado, mi predilecto.
Termina el tiempo de Navidad con sus fiestas y las visitas y volvemos a la rutina de cada día. Nuestra eucaristía dominical es también parte importante de nuestra rutina. No es la llamada del despertador la que nos congrega sino la llamada de Dios, la llamada de nuestro Padre que quiere cantarnos su canción de amor.
Venimos a la iglesia para “ver” como nos dice el evangelio. Para escuchar.
Juan vio el cielo abierto y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre Jesús. Y escuchó una canción del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”.
Estamos en la iglesia, en este día bautismal, para ver más claramente quién es Jesús y quien somos nosotros, escuchar su canción, aprenderla y seguir cantándola durante nuestra vida. Nuestra identidad es ser hijos de Dios, muy amados.
El mundo me va a decir que:
- Soy los que hago (mira los trofeos de mi vida, mis libros, mis hijos, todo lo que he hecho).
- Soy lo que otros dicen de mi.
- Soy lo que tengo (casas, propiedades, riquezas, familia).
Dios me repite hoy que soy su hijo, muy amado. Esta es su canción para mi, esto es lo que soy, y estoy invitado a vivir como el que sabe quien es.
Ojala tengamos todos buenos amigos que nos recuerdan la canción de nuestra identidad y la canten cuando la hemos olvidado. Hijo, amado, predilecto, para siempre.
Tiempo de Navidad, tiempo de epifanías, de ver, de abrir los ojos de la mente y del corazón. Aprendiendo y viviendo mi identidad estoy llamado a ser epifanía, manifestación del amor de Dios para los demás.