Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, Bagdad – 25 de Enero de 2014
Is 8:23-9:3; 1 Cor 1:10-13.17; Mt 4:12-23
Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar… y andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.
Bagdad. Me toca leer y reflexionar sobre el evangelio de hoy en el centro de la milenaria ciudad de Bagdad, a dos cuadras de la Catedral Sirocatólica que acabo de visitar. 47 estrellas en el cielo, que brillan con la luz de Cristo, iluminan la bóveda de la catedral. Iluminan el cielo de Bagdad y del mundo entero. 47 mártires, masacrados por los terroristas el 31 de octubre de 2010. 47, entre los muchos más de ayer y de hoy. Ya no son sólo números para mí, pues tengo el privilegio de escuchar el testimonio directo de sus amigos, familiares, y así, las estrellas se transforman, cada una con un nombre, con una vida propia. Una madre, es una de estas estrellas, con su hijo de tres meses. Otra estrellita es un niño de tres años. Otra, una joven esposa a la cual su marido le estaba trayendo la gran noticia que había quedado embarazada y serian padres. Las estrellas de otros jóvenes y adultos, de varios ritos, católicos y ortodoxos. Y las dos estrellas de sus dos sacerdotes, que tenían 27 y 32 años.
“Lo único que pido, lo único que busco/ es vivir en la casa del Señor toda mi vida/ para disfrutar las bondades del Señor/ y estar continuamente en su presencia.” (Salmo 26).
Era un domingo por la tarde y estaban en la casa del Señor. A pesar de los peligros, a pesar de las amenazas. Necesitaban estar allí. No podían no estar allí. Y desde allí continúan predicándonos, continúan hablándonos. Necesitamos estar en la presencia del Señor, llenarnos de su luz. “Él es mi luz y mi salvación”.
Medito sobre las palabras enviadas por el papa Benedicto XVI, en ocasión del funeral a los mártires: “Renuevo mi llamamiento para que el sacrificio de estos hermanos y hermanas nuestros sea semilla de paz y de verdadero renacimiento, y para que todos los que desean la reconciliación, la convivencia fraterna y solidaria, encuentren motivo y fuerza para obrar el bien.”
Me siento privilegiado por haber visitado esta catedral santificada por el sacrificio. Los signos del martirio están en el piso y reflejados también en el techo, con estrellas. Estrellas luminosas que alejan las tinieblas. Alejan las tinieblas con esa luz muy especial que viene de la fe. Una luz que nos recuerda: No podemos vivir verdaderamente sin Cristo. El encuentro con Él es algo fundamental.
“El Señor es mi luz y mi salvación / ¿a quién voy a tenerle miedo? / El Señor es la defensa de mi vida/ ¿quién podrá hacerme temblar?” (Salmo 26).
Iniciamos hoy el camino con Jesús; acabadas las fiestas y las solemnidades, damos inicio a la rutina cotidiana. Volvemos a empezar con Jesús, que se nos acerca y nos llama. Nos llama a todos. No sólo a Simón y Andrés, a Juan y Santiago. Nos llama a vivir en su presencia, a conocerlo mejor, a llenarnos de su luz y ser apóstoles suyos en una tierra de paganos, en una tierra de tinieblas. Estamos llamados a hacer resplandecer su luz, no la nuestra.
Volvemos a empezar, volvemos a los inicios de su predicación, de nuestro llamado, para sentir ese enamoramiento de su llamado. Y tener así la fuerza de ir adelante iluminando nuestro entorno, refrescando nuestro compromiso a ser luz.
Vuelvo a los inicios de la Iglesia, de los primeros mártires, tocado e iluminado por las 47 estrellas de Bagdad. No hubieran podido, pienso, sin estar con Cristo. Sin estar en su presencia. Y pienso en mí, en mi vida, en mi servicio, en mi testimonio de fe.
“Lo único que pido, lo único que busco / es vivir en la casa del Señor toda mi vida, / para disfrutar las bondades del Señor / y estar conti¬nuamente en su presencia.” (Salmo 26).
Hermanos, tomémonos el compromiso de no faltar al encuentro semanal con el Señor. Pase lo que pase. Y en esta fidelidad y en este empeño para venir a su encuentro vamos a descubrir la alegría de una gran y verdadera amistad. De una presencia que nos llena y de una palabra que ilumina los rincones de nuestro corazón y nos hace resplandecer.
El mundo necesita ver su luz y su salvación. Caminar por los caminos de su paz, de entrega y amor, de donación generosa hacia los hermanos.
Hermano, hermana, “Ármate de valor y fortaleza, y en el Señor confía”.
47 estrellas brillan sobre el cielo de Bagdad. Me repiten lo bello que es estar en la casa del Señor, cueste lo que cueste. ¡Qué bello es vivir en Su presencia y anunciar Su salvación!