Sexto Domingo del Tiempo Ordinario – Año A

Sexto Domingo, TO – A

Manama, Bahrain – 15 de febrero de 2014

Ec 15, 16-21; Sal 118; Cor 2, 6-10; 5, Mt 5, 17- 37

Indícame Señor el camino de la vida y lo seguiré hasta el final.

En el sermón de la montaña el Señor enseña las bienaventuranzas a sus discípulos, el camino nuevo, que Él por primero realiza y cumple en su vida. Luego, invita a sus discípulos a ser sal y luz, a dar sentido al mundo, darle sabor y a iluminar. A continuación, viene el pasaje que escuchamos en este domingo. Palabras fuertes de Jesús que nos dejan un poco desorientados.

Por medio de la Torah, de la ley, de los mandamientos, Dios ha indicado el camino al pueblo de Israel. A través de la ley, el Señor ha enseñado a su pueblo la dirección para ir a su encuentro.

Más de 600 leyes que los escribanos conocían y que los fariseos observaban fielmente representaban la ley de Dios, el camino para ser fieles a Dios.

En el evangelio de hoy Jesús dice a sus discípulos: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes al Reino de los cielos”. ¿Qué significa esto?

La ley no salva. La ley acusa, identifica errores. Indica un camino, cuida, pero no salva. Qué es lo que salva? Qué es lo que abre las puertas del reino de Dios? Ser hijos. Las puertas siempre están abiertas para los hijos. Tener un corazón de hijo. Vivir como hijo y hermano. Éste es el camino que Jesús enseña a sus discípulos.

Yo no puedo decir “Padre nuestro” mientras le estoy negando a mi hermano la palabra. No puedo recitar el “Padre nuestro” mientras mi corazón sea un cementerio donde he enterrado la dignidad de tantos hermanos y hermanas.

Las leyes antiguas sólo decían lo que se puede y lo que no se puede hacer. Jesús viene para darnos algo más. Yo no he venido a abolir la ley, a declarar obsoletos los mandamientos del Sinaí, he venido a perfeccionar la ley, a revelaros el verdadero sentido de la ley, dice Jesús en el evangelio de este domingo.

“No matarás”. La ley prohíbe el mal. Jesús nos dice: No sólo no matar. “Todo el que se enoje con su hermano será llevado ante el tribunal, el que insulte a su hermano, el que lo desprecie”. Jesús va a la raíz del mal. La ira contra el otro es la raíz del mal, la ira mata al otro. Despreciar al otro, decirle estúpido, es muy grave, porque antes que todo lo matas en tu corazón, el otro no significa mucho para ti, o no significa nada. Es un enemigo, un obstáculo para ti. “El otro es el infierno”, decía el filósofo Sartre. Si el otro no es hermano, si yo no veo su dignidad de hijo de Dios, llego a tratarlo mal, lo destruyo como persona, mato en él su dignidad.

¿Cuáles son mis sentimientos hacia los hermanos? ¿Los considero adversarios, antagonistas?

¡Pedimos al Señor que nos envíe su Espíritu Santo para sanar nuestro corazón, para poder ver y tratar el otro como hermano! Pedimos a Dios nos de la fuerza para vencer todos los sentimientos de ira, de desprecio que tenemos en el corazón y están a la base de todo lo negativo que se expresa en las relaciones.

Es imposible para nosotros, pero posible para Dios que nos dé un corazón nuevo. Amor, estima, absolución y perdón: Éstos son los sentimientos que se viven entre los hermanos. Negarle mi fraternidad es matar a mi hermano, porque somos esencialmente hijos de un mismo padre, y como consecuencia, verdaderamente hermanos.

Jesús sigue: Si tu hermano tiene algo en contra de ti, deja tu oferta y vete a reconciliarte con él. Ya es algo que no depende de ti. Todavía, a pesar de sus sentimientos tú no eres hermano si no vas hacia él intentando la reconciliación. Entonces no puedes ir hacia el Padre. Primero hay que ir hacia el hermano.

La vida es un camino y su sentido es reconciliarme con los demás. En el camino de mi vida trato de que el otro se transforme de adversario en hermano. El hermano no te entrega al juez sino al Padre.

La vida no es un viaje en un autobús en el que los extraños no se miran, no se hablan, no se tocan. Un viaje donde nos acomodamos en nuestro puesto como si los otros no existieran o si notamos que existen, nos incomodan. La vida es relación, la vida es el compendio de múltiples relaciones que hay que vivir desde el lado del amor, que es nuestro lado, nuestra faceta interior.

Muchas veces en las confesiones oigo decir: “Padre, yo no robo, yo no mato, yo no tengo aventuras fuera del matrimonio, yo no blasfemo, yo no miento… “, y si, está bien, muy bien, pero este cumplimiento de la ley no es garantía de salvación. Usted puede ser una persona cabalmente legal, un hombre perfecto y un perfecto fariseo, pero no es por eso es usted un seguidor de Jesús. Jesús nos pide ser mejores que los fariseos de su tiempo y los de todos los tiempos. Si simplificamos nuestro cristianismo solamente al cumplimiento de la ley, hemos reinventado un nuevo fariseísmo: La religión a la medida de nuestras fuerzas, la religión de las normas, la religión vivida bajo la amenaza del castigo y del premio.

Aprendamos la nueva justicia ateniendo la Misa, participando en el sacrificio de Cristo que nos renueva y nos fuerza para vivir como Él.

El papa Francisco nos pregunta ¿cómo vivimos la Eucaristía? Hay señales que nos indican si la vivimos bien o no. Una señal clara es el modo de mirar y considerar a los demás. ¿La Eucaristía me lleva a sentir a los demás como hermanos y hermanas? ¿Me ayuda a compartir, a hacerme don a los demás? ¿Me lleva a ayudar a rezar o me quedo indiferente? O sólo me preocupo de chatear… (Audiencia, 12 de febrero de 2014, Plaza de San Pedro).

Si el otro no es hermano, tú no eres hijo y Dios no es Padre.

Nueva justicia es ésta, dictada por el amor que busca en todo el perdón y la reconciliación.

“Indícame Señor el camino de la vida y lo seguiré hasta el final”.

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