VIII Domingo, TO, A – Kuwait City, 1 de marzo de 2014
Is 49, 14-15; Sal 61; 1Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34
Escuchamos hoy el último pasaje que la Iglesia nos hace leer del gran sermón de la montaña. Los últimos consejos de Jesús para vivir la vida nueva, para vivir bien nuestra vida, para ser felices. Receta para la felicidad. Hay muchas recetas, hay muchísimos consejos, pero nadie conoce el corazón humano tanto como Jesús. Fiémonos de Él.
“No se preocupen, no se inquieten por el día de mañana. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia”.
Por qué la gente se preocupa?
Jesús repite seis veces “no os preocupéis”.
Y si lo dijo entonces y nos lo repite ahora, es porque las preocupaciones son nuestro pan cotidiano.
La ansiedad es la enfermedad de nuestro tiempo. Vivimos en una sociedad crispada y complicada, que se afana por mil cosas y al final resulta que en realidad no vive de verdad. A pesar del consejo de Jesús nosotros también vivimos distraídos por todo tipo de preocupaciones. El trabajo, el sueldo, la familia, el país, las vacaciones, el fútbol… Las madres viven preocupadas por la salud de sus hijos, por la educación, por las compañías que tienen. Los sacerdotes vivimos agobiados porque queremos ver a la iglesia llena y a la gente acercarse a Dios.
Sólo los niños, como los pájaros del cielo, están libres de preocupaciones. Tienen unos padres que se preocupan por ellos y resuelven todos sus problemas.
Nos preocupamos cuando nos falta la conciencia de que tenemos un Padre, de que somos hijos que viven bajo la mirada amorosa y paciente del Padre celeste.
Entonces, ¿Hay que desinteresarse? ¿Vivir una vida alegre sin pensar en el mañana?
Seamos claros: Jesús no es un soñador ingenuo, no justifica la pereza y no invita a desinteresarse. Se trata mas bien de la actitud con la cual vivo mi vida, mi trabajo, mis responsabilidades. Jesús no condena la programación, la previsión, sino la preocupación por el futuro, la ansiedad que te hace perder la alegría de vivir y conduce inevitablemente a acumular y a transformar en ídolos los bienes de este mundo.
La respuesta de Jesús
La respuesta de Jesús a nuestras preocupaciones es la confianza. Él nos invita a confiar en el Padre que está en los cielos, que se ocupa de los niños y que no hará faltar lo necesario a los que creen en Él.
Pero debemos estar atentos: Dios no es un mago que me promete una vida sin dolor y sin preocupaciones. No, Dios no es un mago, sino un padre, una madre que me ama infinitamente y me cuida con mucha paciencia y respeto para que yo pueda crecer, que pueda descubrir lo esencial. Y lo esencial es descubrirme hijo y vivir como hermano.
Jesús va a la raíz de nuestra falta de confianza, o mas bien subraya el peligro de una confianza equivocada.
Los hombres afianzan su seguridad en el dinero. Pero el dinero, no sólo no asegura la vida, sino que mas bien la quita, porque se convierte en un dueño que reclama al hombre entero, lo encadena, absorbe sus fuerzas, domina su vida. “No podéis servir a dos señores, a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Y debemos afrontarlo, y decir la verdad, el dinero, se ha transformado en un verdadero Dios de los hombres, ya que es nuestra mayor preocupación. Unos porque tienen poco, otros porque quieren aún más, y todos porque sin él no somos nada. Y así uno se pasa la vida agobiado y con numerosas ansiedades.
Lo opuesto a la ansiedad es la confianza. Lo opuesto al egoísmo es la justicia. La justicia, que es el gran reto de nuestro tiempo a nivel mundial. La búsqueda del Reino de Dios no es el refugio en nuestra zona de seguridad sino el compromiso y la lucha por la justicia. Frente al encanto mortal de Mammona, Jesús propone su remedio en una nueva relación con los bienes: No la acumulación, sino en compartir la riqueza, con base en la confianza de la providencia de Dios.
La paternidad/maternidad de Dios, fuente de confianza
Jesús nos invita elevar la mirada hacia arriba, hacia el Padre que está en los cielos. Esto no quiere decir quedarse con las manos cruzadas, pero enfrentar la realidad con un nuevo corazón. Escribe el autor de la Carta a los Hebreos: “Sea la conducta de ustedes sin avaricia; contentos con lo que tienen, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5).
Frente a nuestros miedos, a nuestras dudas, a nuestros tormentos y dolores, Dios responde: “¿Puede acaso una madre olvidarse de su creatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti, dice el Señor todopoderoso” (Is 49:14). Es conmovedora la promesa del Eclesiástico: “Serás como un hijo del Altísimo y él te amará más que tu propia madre” (Sir 4:10).
Es difícil de creerlo a veces, pero un día nos daremos cuenta de que era verdad.
Sólo las personas ancladas en Dios, que han hecho de Dios su seguro de vida, viven con alegría y paz.
Recordamos las palabras de Santa Teresa de Ávila, esta mujer extraordinaria del siglo XVI, Doctora de la Iglesia, de quien se dice que vivía en Dios y trabajaba en la tierra: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”.
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Santa Teresa de Ávila, o Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515. Fue una religiosa, mística y escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas. Es la patrona de los escritores católicos y Doctora de la Iglesia (1970), siendo la primera mujer, que recibió este título. Fue canonizada en 1622 por Gregorio XV. Su fiesta se celebra el 15 de Octubre. El próximo año, 2015, se celebrará el V Centenario de su nacimiento, con el lema “Para vos nací”.