I Domingo de Cuaresma, Año A
Kuwait City, 8 de marzo de 2014
Gen 2, 7-9;3,1-7 Sal 50, Rm 5, 12-19, Mt 4, 1-11
Hemos iniciado el Miércoles de Ceniza el camino de purificación, oración y conversión en preparación a la Pascua, misterio central de nuestra vida cristiana.
Todos nosotros necesitamos mejorar, cambiar, aligerarnos, re-establecer las relaciones justas con Dios, con las cosas y con los hermanos. Y en el replanteamiento de estas relaciones la cuaresma nos ayuda. Nos ayuda mucho.
Con su pasión, muerte y resurrección, Jesús nos ha traído la salvación, la vida nueva. Y para poder recibir esa vida nueva hay que limpiar el corazón, hay que “salir de los hábitos cansados y del perezoso acostumbrarse al mal que nos insidia” (Papa Francisco, audiencia del Miércoles de Ceniza, 2014). Nos volvemos lentos, indiferentes, pesados y necesitamos una gran obra de purificación. Usando un símil cotidiano, somos como un PC que se vuelve lento, que no funciona apropiadamente; por lo que necesita que se le reinstalen los programas originales, necesita que se la haga un update.
¿Qué es lo que no funciona, por dónde hay que empezar?
La liturgia del primer domingo de Cuaresma vuelve al origen del mal, al fracaso de la copia primordial, al tentador principal, que desde entonces continúa su obra de insinuaciones y mentiras para alejar al hombre de su Creador. Al mismo tiempo, nos presenta la victoria de Jesús sobre el tentador y su modo de enfrentar las tentaciones.
Delante de Jesús, como delante de cada uno de nosotros, están dos maneras de vivir, se presentan dos caminos para hacer la misma cosa: un camino muy terrenal y un camino de Dios. Las tres tentaciones de Jesús corresponden a las tentaciones de Israel, de la Iglesia y de cada uno de nosotros.
Se trata de la relación con las cosas, con las personas y con Dios. Son todas cosas que necesitamos para vivir y la gran tentación, -el modo terrenal y muy “humano” que es el de todos nosotros-, es de relacionarse a través de la posesión. Poseer las cosas, buscando tener, y tener más; poseer las personas, buscando el poder; poseer incluso a Dios, buscando, hasta pretendiendo los milagros. ¿Dios está conmigo? Que me dé la prueba, que haga un milagro. La gran tentación, que nos acompaña toda la vida, es el querer garantizarnos las cosas a través de la posesión, en vez de promover el espíritu filial que es recibir en donación y donar por medio del amor. Cada relación la podemos vivir con el espíritu de la posesión o con el espíritu de donación, que es el espíritu del Hijo.
“En este tiempo de “desierto” y de encuentro especial con el Padre, Jesús está expuesto al peligro y se ve asaltado por la tentación y la seducción del Maligno, que le ofrece otro camino mesiánico, lejos del plan de Dios, por que pasa a través del poder, el éxito, el dominio y no a través de la entrega total en la Cruz. Ésta es la disyuntiva: un poder mesiánico, de éxito, o un mesianismo de amor, de don de sí”. (Papa Benedicto XVI, Catequesis 22.02.2012 )
Para escoger el camino filial de Jesús necesitamos la conversión. La gran conversión “es la respuesta reconocida al misterio estupendo del amor de Dios. Cuando nosotros vemos este amor que Dios tiene para nosotros, sentimos las ganas de acercarnos a él y esta es la conversión” (Papa Francisco, Catequesis -miércoles de Ceniza 2014). Cuando descubrimos el rostro de Dios como Padre, podemos hacer este camino de conversión. Si no, nos arriesgamos a caer en los lazos de la serpiente que nos presenta una imagen distorsionada de Dios. Allí esta el tentador y a cada rato nos aterroriza con el miedo de nuestro futuro y nos encierra en la lógica del poseer y en el egoísmo que es nuestra muerte. Así uno piensa salvarse pero se ahoga.
Sólo a través del amor, del don de sí, del espíritu filial, llegamos a la vida. Y para ejercitarnos la Iglesia nos propone las tres prácticas cuaresmales.
Oración, para restablecer la relación con Dios, descubrir nuevamente su rostro de Padre. Dediquemos más tiempo a la oración en esta cuaresma.
Ayuno y penitencia, para restablecer nuestra relación con las cosas. No para demostrarnos a nosotros mismos o a los demás que somos capaces de renunciar, sino mas bien reconociendo que la vida no está en las cosas.
Limosna, donación, generosidad para restablecer la relación con los hermanos. Hay tantas personas que viven en miseria material, moral y espiritual y que necesitan el anuncio del amor de Dios.
Papa Francisco nos invita en su Mensaje para la Cuaresma: “Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”. (Papa Francisco, Mensaje Cuaresma 2014)