III Domingo de Cuaresma, Año A,
Kuwait City, 22 de marzo de 2014
Ex 17, 3-7 Sal 94, Rom 5, 1-2; 5-8, Jn 4, 5-42
Recordamos las palabras del Papa, que nos guían en esta cuaresma: “La gran conversión es la respuesta reconocida al misterio estupendo del amor de Dios. Cuando nosotros vemos este amor que Dios tiene para nosotros, sentimos las ganas de acercarnos a Él y ésta es la conversión” (Papa Francisco, Catequesis, 5/03/2014).
Como parte de nuestro itinerario de conversión, hacia el misterio de Dios y de su amor para con nosotros, hemos contemplado en una primera etapa la belleza de Dios. Hoy vemos el agua que Jesús ha venido a darnos para apagar nuestra sed.
El magnífico relato del evangelio de S. Juan (Jn 4, 5-42) quiere abrirnos los ojos para descubrir el inmenso amor que Dios tiene para nosotros. Estamos llamados a identificarnos con la mujer samaritana porque todos estamos en su condición, todos estamos buscando y sacando agua tratando de saciar nuestra sed.
1 . Jesús vino un largo camino para buscarme
Jesús vino un largo camino para buscarme, para saciar mi sed, para darme el don de Dios. Tenia que pasar por aquí, por Samaria, esta tierra de pecadores, de extranjeros, de gente marginalizada y despreciada. En verdad el camino de Galilea a Jerusalén no pasa por este lugar así que Jesús alargó el camino, se alejó de la calle, porque tenía que venir a buscar a la Samaritana, símbolo de la humanidad perdida y sedienta que no logra aplacar su sed. Jesús está cansado (es la primera y única vez que el Evangelio lo menciona). Está cansado por el largo camino, está cansado porque viene desde muy lejos. Y se queda al lado del pozo de Jacob, lugar que tradicionalmente se asocia en la Biblia con los matrimonios (Abraham y Rebeca, Moisés y Séfora, Jacob y Raquel).
En el Evangelio de Juan cada detalle es importante y tiene un profundo significado. El lugar, el tiempo, las palabras. Y era cerca del mediodía, el momento más caluroso del día; en verdad nadie solía ir por agua a esa hora. Al mismo tiempo, es la parte más brillante del día, la más iluminada, cuando el Sol está en su punto máximo. Algo va a ser iluminado ahora. Es el medio día que recuerda otro medio día, otro momento en el cual el esposo tiene sed, el momento en el cual el esposo seduce a su esposa con su capacidad de amarla, en plena luz, delante de todos, en la cruz, el Viernes Santo.
Jesús y la samaritana, el esposo y la novia, Dios enamorado del hombre que ha venido a reconquistarlo con su amor. Jesús y yo! “Señor, que no seamos sordos a tu voz, que no se endurezca nuestro corazón” (Sal 94).
2. El don de Dios, agua viva
Si conocieras el don de Dios… Jesús es el regalo de Dios. Dios no es más que un donante, un donante que está lleno, absolutamente pleno de gracia. El agua es el símbolo de la gracia, el agua viva de la gracia divina que hemos perdido por el pecado. El agua es el Espíritu Santo, el amor de Dios.
El hombre está hecho para Dios, encuentra su plena realización en Dios, puede aplacar su sed de infinito sólo en Dios, pero continúa buscando satisfacción en los bienes terrenales. Buscamos el amor divino en lugares equivocados y nos convertimos en adictos a las cosas terrenales que no nos sacian. ¿Cuál es tu fuente, tu pozo?, ¿adónde buscas la satisfacción una y otra vez sin encontrarla, para sólo volverte más y más adicto?
“Si tu conocieras el don de Dios”. No podemos vivir solamente de lo necesario, contentarnos de nuestras necesidades primarias: Hambre, sed, un poco de amor, un poco de religión. El don de Dios es “el agua viva que se convierte en un manantial de vida eterna”. No es una jarra pequeña o grande, no es un pozo; Jesús da a la mujer samaritana la posibilidad de reconectarse a su fuente. Quiero darte el agua viva, le dice Jesús. Y a nosotros también nos está ofreciendo una invitación a la vida. Él quiere compartir la vida divina con nosotros. Cuando lo entendamos tendremos el coraje y la honestidad de mirar a nuestros pecados, reconocerlos y cambiar vida. Sólo cuando una persona entiende el amor que Dios le tiene, cuando recibe su Espíritu, es entonces que puede de verdad convertirse, que puede cambiar vida porque siente la necesidad de acercarse a Dios. Y es en aquel momento que tiene la valentía de dejar las otras fuentes porque ha encontrado el verdadero manantial.
3. El que ha encontrado el amor se vuelve en evangelizador
La mujer dejó su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente … La mujer pecadora que conoció a Jesús se convirtió en una misionera. Anunciar a Jesús, el poder del amor que cambia la vida.
El verdadero encuentro con Jesús es un encuentro que sí, te cambia la vida. La fuente dentro de ti se vuelve en agua para la sed de los demás. La fuente no es posesión, es fecundidad. La mujer que se llevó el agua que necesitaba para su sed, se convirtió en donante. Ella entiende que no calmará la sed al beber hasta saciarse, pero aplacando la sed de los demás; uno se ilumina iluminado a los demás, recibe gozo dando alegría. Convertirse en fuente: Hermoso proyecto para todos los corazones hambrientos de más vida.
Conectados a la fuente de agua viva, anunciamos el amor de Dios y el poder que nos da para cambiar, para convertirnos.
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Miguel de Unamuno y su sed de eternidad
El filósofo Miguel de Unamuno (que además era un pensador «laico»), a un amigo que le reprochaba, como si fuera orgullo o presunción, su búsqueda de eternidad, respondía en estos términos: «No digo que merezcamos un más allá, ni que la lógica lo demuestre; digo que lo necesitamos, merezcámoslo o no, simplemente. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ésta todo me es indiferente. Sin ella no existe ya alegría de vivir… Es demasiado fácil afirmar: “Hay que vivir, hay que conformarse con esta vida”. ¿Y los que no se conforman?». No es quien desea la eternidad el que muestra que no ama la vida, sino quien no la desea, dado que se resigna tan fácilmente al pensamiento de que aquella deba terminar.