Domingo de Resurrección – Año A

Domingo de Resurrección, Kuwait City, 20 de abril de 2014

Hech 10, 34.37-43; Sal 117, Col 3, 1-4, Jn 20, 1-9

¡Éste es el día!

¡Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya! Este grito de alegría que hemos repetido en el Salmo nos introduce a la celebración del día de hoy, el día que ha hecho el Señor, el primer día de la semana. Su día. Nuestro día, pues los cristianos nos reunimos el domingo, primer día de la semana, precisamente por eso.

Es el día de la victoria, el día de la alegría. Nuestro Señor no es el Señor de la muerte, sino de la vida, sí, de la vida: nuestro Señor es el Señor de la vida. Una vida que ha venido a darnos, a comunicarnos, llenándonos de su alegría.

En Internet, WhatsApp, Viber, SMS, e-mail corren estos días augurios pascuales: huevos colorados y conejos alegres. ¿Pero, qué es lo que festejamos?

¡Festejamos la Resurrección del Señor! Además, la misa del domingo de Resurrección no es una simple memoria de un hecho que sucedió hace 2000 años. Nosotros celebramos al Señor Resucitado, al Señor de la Vida, nuestro Señor, mi Señor. El Señor no esta aquí, no está en la tumba, no está en la muerte. ¡Está VIVO!

Nos preguntamos si después de 2000 años este anuncio ha conservado su frescura. ¿Celebramos la Resurrección como una memoria o como el acontecimiento más extraordinario que haya, que nos toca y nos involucra?

Tumbas y tumba

Hoy estamos llamados a contemplar la tumba vacía. Ir todos con María y los apóstoles a contemplar la tumba donde habían puesto al Señor. Es interesante como el anuncio cristiano se basa sobre una ausencia. En esa tumba no hay nada. El signo de la muerte ya no esta allí. Es por eso que vamos a verlo. Nos hará bien ir a ver la tumba vacía. “Es decir, entrar en aquella tumba es la evangelización del inconsciente. ¡Nos cura de la memoria de la muerte que está dentro de toda nuestra existencia cerrándola en el egoísmo y en el miedo! Entrar en la tumba vacía nos sana del miedo y del egoísmo para vivir una vida libre en el amor y en la comunión llena” (Silvano Fausti).

Si Cristo estuviera muerto y si se hubiera quedado en la tumba, mi vida continuaría como antes: Una pausa festiva (buena comida, huevos colorados y conejos de chocolate) y luego, adelante como antes.

Cuando visitamos las tumbas de nuestros seres queridos, volvemos a la casa y la vida sigue como antes. Tal vez volvemos de los cementerios con ganas de aprovechar la vida a lo máximo y por temor a la muerte nos volvemos en perfectos consumistas y egoístas.  Pero cuando volvemos de la tumba vacía, volvemos transformados, iluminados para vivir la vida nueva. Hermanos, para el cristiano que vive la Resurrección de Jesucristo ya no hay el “como antes”. No podemos volver de la Misa de Resurrección y seguir como antes. El Señor ha resucitado y yo estoy llamado a resucitar, a vivir la vida nueva. “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida si amamos a los hermanos” (1Jn 3, 14).

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“Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas” (Papa Francisco, 19/04/2014).

También para nosotros, cristianos del siglo XXI, las certezas, las esperanzas llevan el riesgo de apagarse. Pero el Señor viene a encenderlas de nuevo, viene para iluminar la oscuridad del mundo y la nuestra. Sí, hoy viene para traernos su luz, para que vivamos en esta luz y en esta alegría.

Una alegría que no viene del hecho de tener, de poseer, de lograr, sino de encontrar el Resucitado. De ver a Cristo resucitado. De vivir la vida nueva.

También llegan a nuestra vida los testigos de la resurrección que nos traen el gran anuncio, que encienden una luz en las tinieblas. Mi inquietud hoy no es si Cristo ha resucitado, pues eso lo sabemos, pero me inquieta saber si yo en verdad lo encuentro, si nosotros lo encontramos, lo vemos, si resucitamos con El.

El ver es concedido a quien mira con amor, a quien contempla con amor, tal como lo hizo María Magdalena. Y quien fue tocado por el amor de Jesús, quien fue librado por Cristo, no puede no amarle. Y el amor abre los ojos, ayuda ver y encontrar al Resucitado, un encuentro que transforma y se transforma en grito de alegría y en anuncio.

Hermanos, iluminados por Jesús, tocados por el Señor de la vida, salgamos a dar a todos en gran anuncio de este día maravilloso: Cristo ha resucitado, está vivo, y nosotros con Él!

Continuemos, si queremos, a intercambiarnos huevos colorados y conejos alegres, pero, no nos olvidemos de donde nos viene la alegría de esta fiesta.

¡Cristo ha resucitado! ¡Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya!

 

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