Segundo Domingo de Pascua – Divina Misericordia, Año A

II Domingo de Pascua – Divina Misericordia

26 de abril de 2014, Kuwait City

Hech 2, 42-47; Sal 117; 1Pd 1, 3-9; Jn 20, 19-31

 

Testigo de la Divina Misericordia

Celebramos el Domingo de la Divina Misericordia en el marco de la canonización de Juan Pablo II, un papa que la mayoría hemos conocido, algunos hemos crecido con él, lo hemos seguido y amado. Ese hombre vivió y murió como un santo. De los varios encuentros y de las emociones, me llevo de Juan Pablo II un recuerdo: el recuerdo y el ejemplo de un hombre en profunda comunión con Dios. Cuando rezaba, cuando daba la Misa, Juan Pablo II estaba en profunda comunión con Dios. Y los que están en unión con Dios, son los que ven más allá, más de lo que la mayoría vemos y tratan de indicar el camino a los demás. Y esto es lo que hizo toda su vida y es lo que está haciendo ahora mirándonos desde la ventana del cielo: Nos indica el camino. “No tengáis miedo, ¡abrid vuestros corazones a Dios!”. Juan Pablo II ha vivido bajo la mirada de la Divina misericordia, ha sido un testigo de esta misericordia y ha pasado a la vida con Dios en la vigilia de la Fiesta de la Divina Misericordia.

A un mundo con tantas llagas abiertas, con tantos corazones heridos, a un mundo alejado de Dios, Juan Pablo II ha indicado la misericordia de Dios. Él, que experimentó esta misericordia, proclamó el II Domingo de Pascua, a partir de las revelaciones recibidas por Sr. Faustina Kowalska, el Domingo de la Misericordia Divina.

Al centro de este Domingo está Jesús, que presenta sus llagas y su corazón abierto, de donde brota la Misericordia, la Vida divina para todos y cada uno de nosotros.

Ver, encontrar, tocar – la misa dominical

Las llagas de Jesús son el signo de su amor y Él nos invita hoy, como a los apóstoles hace ya más de 2000 años a mirarlas, a contemplarlas. Pero sus llagas no son solo signo de su amor; son también una manifestación del pecado del mundo. De mis pecados, del hecho que no todo está bien con nosotros, que ni tú ni yo estamos ok. Sus llagas nos lo recuerdan en cada Misa.

Pero nosotros ¿dónde estamos? ¿Cómo participamos a la Misa, que es el lugar donde Jesús nos enseña sus llagas? Estamos afuera, no físicamente, sino con los pensamientos. Estamos lejos, como Tomás. Tomás, el gemelo, nos representa a todos. No estaba, no encontró, no vio. Pero por lo menos era honesto. Dudaba, pero estaba dispuesto a cambiar su opinión. Su camino indica nuestro camino para llegar a la fe, para entrar en comunión con Dios y hacer nuestra profesión de fe.

Como Tomás también nosotros queremos tocar, queremos pruebas visibles. Y se nos ofrecen. “Toca mis llagas, mi costado”. Jesús nos invita a reconocerlo no por el rostro, como sería normal, sino en las manos. Mírame, nos dice Jesús, y ve las llagas, signo de mi amor por ti. Continúa y pon tu dedo, lo que significa entrar en comunión profunda, en estas heridas abiertas hasta el final, y deja de no creer. ¡Cree!

Ver, encontrar, tocar; hermanos, esto se nos da todos los domingos, caundo nos reunimos en comunidad para la Misa. Si no vemos, si no encontramos, nuestra vida sigue como antes, pero ya no existe el como antes para el cristiano.

La Misa, donde gozamos de la escucha de la Palabra, nos permite entrar en contacto con Jesús, y así experimentar a Jesús  vivo. La Misa es como una ventana mágica que nos permite entrar en otro mundo. No como espectadores pasivos delante de la televisión, sino como participantes, como los niños en las Crónicas de Narnia.

Nuestra misión: testigos de la Resurrección, testigos de la misericordia

Después de mostrarse individualmente a María Magdalena, a Pedro y a Juan, esta vez Jesús  se muestra a toda la comunidad, reunida el primer día de la semana. El Señor visita la comunidad y le hace sus dones.

A los apóstoles y a todos los discípulos a través de los tiempos, Jesús  nos dona su paz. Una paz que consiguió no rodeando la muerte sino atravesando la muerte por el camino de un amor total. Nos dona su Espíritu, sopla su Espíritu como en el primer día de la creación para hacernos hombres nuevos, hombres y mujeres que caminan por la vida nueva. Que caminan con alegría. Nos da su gozo.

A pesar de las puertas cerradas, Jesús  viene y está en medio de la comunidad. El Señor viene a encontrarnos allí donde estamos como muertos, en nuestros miedos, en nuestras fragilidades, en nuestro pecado, en nuestra obscuridad, para hacernos resucitar a través de su paz y de su gozo. El Señor nos visita, entra en nuestras áreas obscuras y profundas. Es allí que lleva su paz, es allí que yo resucito, si no, no es verdad que lo he encontrado, porque encontrar al Resucitado significa resucitar.

Y como a cada personaje que recibe una revelación, que tiene una visión, Dios le da una misión. Así también a nosotros: Ser testigos. De una vida nueva, de una vida transformada, renovada.

Esto es lo que pasó con Juan Pablo II, con Juan XXIII con tantos santos y santas: son testigos, ayudas en nuestro caminar cotidiano, una luz que nos llega desde el corazón mismo de Dios para que también nosotros lleguemos allí. Porque éste es el destino del hombre: La comunión con Dios. Que la protección y la mediación de estos dos nuevos santos bajo los cuales nos ponemos hoy, nos ayuden a no perder el camino, nos ayuden regresar siempre y levantarnos de nuestras caídas.

¡Jesús, en ti confío!

Juan Pablo II, reza por nosotros.

Juan XXIII, reza por nosotros.

 

 

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