IV Domingo de Pascua, El Buen Pastor
Kuwait City,10 de mayo de 2014
Hech 2, 14.36-41; Sal 22; 1Pd 2,20-25; Jn 10, 1-10
Escuchar, reconocer, encontrar, dar testimonio era el recorrido que el Evangelio nos invitó a aprender la semana pasada. Porque somos testigos: testigos de un encuentro con el Señor vivo, con el Señor resucitado y que nos manda a anunciar la conversión y el perdón de los pecados. Que el hombre puede cambiar, puede renacer, anunciar con la vida que el que lo encuentra se llena de gozo.
¿Por qué tenemos dificultad de escuchar, entender, vivir las palabras de Jesús? ¿Por qué nos entusiasmamos y luego volvemos tan rápido a la vida de siempre? ¿Por qué?
Porque tal vez tenemos una imagen distorsionada de Dios. Una imagen en la que Dios compite con la consecución de nuestra felicidad, es un obstáculo para hacer lo que nos da la gana, es un juez que contabiliza cada pecado y falta nuestros.
Hoy la Palabra nos presenta a Jesús come el buen Pastor, como el Pastor hermoso. El hombre actúa siempre siguiendo lo que más le gusta. Podrá cambiar de pastor solamente cuando podrá ver la hermosura del Pastor Jesús y probará placer en seguirlo.
“Yo soy el buen pastor […]. Yo doy mi vida por las ovejas”, dice Jesús de sí mismo (Jn 10, 14s.). No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios. Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres.
Pero yo a cuál pastor sigo, cuál modelo guía mi vida. Muchas veces criticamos ciertos modelos, no porque sean malos, sino porque no somos nosotros los que estamos en posición de liderazgo y para hacer lo mismo.
Hoy en día a través de varios medios, se nos presentan tantos modelos, tantos líderes, políticos, hombres de negocio. Y no dejamos de preguntarnos: ¿Cuál es el objetivo de esta persona, que quiere venderme? ¿Es convincente? ¿Me fio, me dejo guiar? ¿Qué es lo que determina mi decisión? ¿Su capacidad de convencer?
Tantos pastores, tantos salvadores se nos presentan en el camino. ¿A quién seguimos?
Jesús es el Pastor marcado profundamente por el sufrimiento, pero con el rostro radiante de luz nos conduce con seguridad por caminos escarpados. A los que se unen a ‘Él les da la seguridad solemne que nunca se perderán.
Somos las ovejas encarceladas en el recinto, en los varios recintos. El Buen Pastor nos invita a salir, a seguirlo a las verdes praderas, salir del recinto, seguirlo y dejarnos llevar a lo que nos da vida. Él no entra con engaños y a escondidas, como los malos pastores. No. Él toca a la puerta de nuestra inteligencia y libertad. Nos habla. Quiere que el hombre entienda, escuche y sea libre para amar. Nuestro Dios no quiere esclavos y súbditos. Quiere hijos libres que aman, que aprenden a amar en la libertad.
Señor, yo soy el que cuida la puerta de mi corazón. Ayúdame a escuchar tu voz y abrirte para que pueda salir, pueda pasar de la tiniebla a la luz, pueda nacer como hijo y hermano que se encarga de los hermanos, que los lleva en sus hombros como tú lo haces conmigo.
Pedimos al Señor poder descubrir cada día más su hermosura, que podamos cada vez más tener la fuerza de abandonar a los falsos pastores y seguirlo a Él. Que tengamos la fuerza de llevarnos unos a otros. Que en su amor por nosotros podamos encontrar la fuerza de la fidelidad, particularmente en el matrimonio así como también en la vida consagrada y en cada relación humana. Amaos verdaderamente, con el amor de Cristo, no como mercenarios que buscan su interés, su placer.
El IV Domingo de Pascuas de cada año se celebra la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. “Apacienta mis ovejas”, dice Cristo a Pedro, a los sacerdotes pero también a cada cristiano. “Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento (…). Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprendamos a llevarnos unos a otros.” (Benedicto XVI Homilía en la inauguración del Pontificado, 19 de abril de 2005)
Hoy, pedimos por los pastores de la Iglesia. Y os pido también:
Rogad por mí, para que aprenda a escuchar siempre su voz y seguirlo;
Rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor;
Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada persona que el Señor me pone en el camino.
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“Descubre tu presencia/y máteme tu vista y hermosura;/mira que la dolencia/de amor que no se cura/sino con la presencia y la figura” – “…pues que si el alma tuviese un solo barrunto del alteza y hermosura de Dios, no solo una muerte apetecería por verla ya para siempre, pero mil acerbisimas muertes pasaría muy alegre por verla un solo momento y, después de haberla visto, pediría padecer otras tantas por verla otro tanto”. S. Juan de la Cruz, Canciones entre el alma y el esposo, B.